Soichi Noguchi lleva en la Estación Espacial Internacional 77 días, orbitando alrededor de la tierra. Este astronauta japonés comparte sus días y sus noches, o lo que tengan ahí arriba, junto al norteamericano Michael Barrat y el ruso Gennady Padalka. Mientras realizan su misión, Noguchi se ha estado dedicando a realizar fotos de la tierra y la luna desde la estación espacial, publicándolas en Twitter. Desde su privilegiada posición nos enseña el Kilimanjaro, Australia, la superficie lunar, los glaciares de la patagonia e, incluso, las pirámides de Egipto.
Yo me sentí bastante sólo en mi reciente y fallida visita a Londres, por lo que no quiero imaginarme lo solo que puede sentirse el cosmonauta japonés en la estación internacional, aunque esté acompañado por dos personas más. Me lo imagino, pegado a las ventanas de su hogar orbital, buscando en las luces de Japón el punto luminoso en el que se encuentre su casa exactamente. Un destello que le haga sentirse de nuevo en su sitio.
La misma sensación sería la que buscaban los faraones cuando se hicieron edificar las pirámides. En cierto modo debían comprender que, aunque ellos serían dioses tras su muerte, nadie había vuelto a la vida con su envoltura mortal. Los mitos de regeneración, representados en el sol, debía hacerlos pensar que posiblemente ellos navegarían en la embarcación radiante de Ra. Y que, desde allí, podrían localizar todo lo que dejaban de su existencia terrena. Una señal, un faro para no perderse en la divinidad.
Pero, a fin de cuentas, todo son más o menos chorradas. Sólo vemos señales allí dónde queremos verlas. Todo es susceptible de tener una explicación a posteriori. Es una disciplina en la que son expertos los progenitores, en especial las madres. "Ya te lo advertí" o "te lo dije" suelen ser las reprimendas cariñosas con las que finalizan nuestros fracasos. Todas las veces que nos advirtieron y nos lo dijeron, pero erraron, duermen el sueño de los justos.
Aunque parezca mentira, en los tiempos que vivimos, seguimos teniendo miedo a la ignorancia. Seguimos queriendo saber algo más, aunque estamos inundados de información. No sólo eso, sino que en esa búsqueda insaciable, nos dedicamos a exhibir nuestras vergüenzas y miedos, pesares y luchas, en un conglomerado de redes sociales que hacen más tupida la tela de araña. El umbral de la certeza está sobrecargado, y somos ciegos en un mundo de luz.
¿Por qué digo ésto? Porque quisiera ver alguna maldita señal. No hablo de brotes verdes, ni de la agradable sensación del olor a primavera, hablo de una manifestación del destino que me de cierta seguridad. Pero no, esas manifestaciones no existen. Nadie que esté perdido en un laberinto puede esperar sentado a que las paredes le digan cuál es el camino. Aunque sea uno equivocado. En la vida real las pirámides no existen.
Siempre me acuerdo del cuento ese de un tipo que está en su casa durante una inundación y le dicen sus vecinos que abandone su casa, que se va a ahogar. Y él dice:"No, no lo creo. Creo en Dios y Dios me salvará". Y mientras el nivel del agua va subiendo, hasta acabar él solo sobre el tejado de la casa, va despachando con las mismas palabras a los bomberos, policía y ejército. Hasta que al final, el agua se lleva su casa y muere ahogado, y sube a las puertas del cielo. Y allí está San Pedro con las llaves, dándole la bienvenida, cuando él le amonesta rencoroso: "Yo creí en Dios y Él no me salvó", a lo que contesta el santo: "Jodé, dice que no. Te mandamos a los bomberos, a la policía... ¡hasta el ejército!".
Al final no se trata ni de la voluntad divina ni de salvadores inesperados. Tampoco de campañas orquestadas por bancos y empresas ni de acometer grandes heroicidades. Se trata de buscar lo que cada uno hace mejor, o en lo que se siente más productivo. Sé que este blog debería tener un título más petulante como "Gritando en el vacío" o "Lecciones para sordos", pero se llama Apokalépika. Y tanto aquí, como en El Politikón o en Rockanrola, intento reflexionar sobre las cosas que otros no tienen tiempo o ni se molestan en reflexionar.
Se me hace difícil intentar ser útil en un mundo dónde ya no hace falta gente que piense. Vivo en el equilibrio de no creer en las señales, pero buscando no perder una oportunidad, esa Oportunidad. Y de ese equilibrio imposible sois vosotros testigos, los que intentáis leerme. Supongo que es mi vena gallega, en el sentido único y estricto de la palabra. "Las bruxas no existen, pero haberlas hailas".
Gracias por leerme, por pulsar el botón de me gusta en Facebook o por simplemente leer estas líneas. Aunque sepa que no existe, seguiré esperando esa señal.
Salud & aventura.
Yo me sentí bastante sólo en mi reciente y fallida visita a Londres, por lo que no quiero imaginarme lo solo que puede sentirse el cosmonauta japonés en la estación internacional, aunque esté acompañado por dos personas más. Me lo imagino, pegado a las ventanas de su hogar orbital, buscando en las luces de Japón el punto luminoso en el que se encuentre su casa exactamente. Un destello que le haga sentirse de nuevo en su sitio.
La misma sensación sería la que buscaban los faraones cuando se hicieron edificar las pirámides. En cierto modo debían comprender que, aunque ellos serían dioses tras su muerte, nadie había vuelto a la vida con su envoltura mortal. Los mitos de regeneración, representados en el sol, debía hacerlos pensar que posiblemente ellos navegarían en la embarcación radiante de Ra. Y que, desde allí, podrían localizar todo lo que dejaban de su existencia terrena. Una señal, un faro para no perderse en la divinidad.
Las pirámides vistas desde la cámara de Soichi Noguchi. Vía ElPaís
Pero no siempre nos basta con mirar por una ventana para encontrarnos. A lo largo de la historia la humanidad ha buscado señales de todos los tipos y de todos los tamaños. Desde los posos del café hasta las grandes catástrofes que nos azotan. Algunas culturas intentaron dotar de sentido a los sueños, dotándoles de una signficación que les guiara. Horóscopos, entrañas de animales, el tarot e incluso la longitud de los rayos del sol. Todo vale para las almas desvalidas que buscan una estrella polar que guie sus pasos o, al menos, un faro que les salve de los acantilados.Pero, a fin de cuentas, todo son más o menos chorradas. Sólo vemos señales allí dónde queremos verlas. Todo es susceptible de tener una explicación a posteriori. Es una disciplina en la que son expertos los progenitores, en especial las madres. "Ya te lo advertí" o "te lo dije" suelen ser las reprimendas cariñosas con las que finalizan nuestros fracasos. Todas las veces que nos advirtieron y nos lo dijeron, pero erraron, duermen el sueño de los justos.
Aunque parezca mentira, en los tiempos que vivimos, seguimos teniendo miedo a la ignorancia. Seguimos queriendo saber algo más, aunque estamos inundados de información. No sólo eso, sino que en esa búsqueda insaciable, nos dedicamos a exhibir nuestras vergüenzas y miedos, pesares y luchas, en un conglomerado de redes sociales que hacen más tupida la tela de araña. El umbral de la certeza está sobrecargado, y somos ciegos en un mundo de luz.
¿Por qué digo ésto? Porque quisiera ver alguna maldita señal. No hablo de brotes verdes, ni de la agradable sensación del olor a primavera, hablo de una manifestación del destino que me de cierta seguridad. Pero no, esas manifestaciones no existen. Nadie que esté perdido en un laberinto puede esperar sentado a que las paredes le digan cuál es el camino. Aunque sea uno equivocado. En la vida real las pirámides no existen.
Siempre me acuerdo del cuento ese de un tipo que está en su casa durante una inundación y le dicen sus vecinos que abandone su casa, que se va a ahogar. Y él dice:"No, no lo creo. Creo en Dios y Dios me salvará". Y mientras el nivel del agua va subiendo, hasta acabar él solo sobre el tejado de la casa, va despachando con las mismas palabras a los bomberos, policía y ejército. Hasta que al final, el agua se lleva su casa y muere ahogado, y sube a las puertas del cielo. Y allí está San Pedro con las llaves, dándole la bienvenida, cuando él le amonesta rencoroso: "Yo creí en Dios y Él no me salvó", a lo que contesta el santo: "Jodé, dice que no. Te mandamos a los bomberos, a la policía... ¡hasta el ejército!".
Al final no se trata ni de la voluntad divina ni de salvadores inesperados. Tampoco de campañas orquestadas por bancos y empresas ni de acometer grandes heroicidades. Se trata de buscar lo que cada uno hace mejor, o en lo que se siente más productivo. Sé que este blog debería tener un título más petulante como "Gritando en el vacío" o "Lecciones para sordos", pero se llama Apokalépika. Y tanto aquí, como en El Politikón o en Rockanrola, intento reflexionar sobre las cosas que otros no tienen tiempo o ni se molestan en reflexionar.
Se me hace difícil intentar ser útil en un mundo dónde ya no hace falta gente que piense. Vivo en el equilibrio de no creer en las señales, pero buscando no perder una oportunidad, esa Oportunidad. Y de ese equilibrio imposible sois vosotros testigos, los que intentáis leerme. Supongo que es mi vena gallega, en el sentido único y estricto de la palabra. "Las bruxas no existen, pero haberlas hailas".
Gracias por leerme, por pulsar el botón de me gusta en Facebook o por simplemente leer estas líneas. Aunque sepa que no existe, seguiré esperando esa señal.
Salud & aventura.
3 comentarios:
Buena suerte!
No tengo en mi blog actualización de post enlazados. Así que me paso cada 3 o 4 días, sin falta, por Apokalépica, siempre expectante.
¿Quieres más señal? Para mí sí que tus reflexiones son útiles. Y mucho.
¿Te imaginas? siempre buscaba signos para tomar una decisión, veía como se acercaban a ella y a unos metros, siempre giraban a la izquierda y continuaban deprisa, ella se ilusionaba al ver llegar a alguien, observar como aminoraba la marcha y de nuevo, giro y corriendo... paso tiempo, y un dia, un camion con espejos, al giran dejó su propia imagen, era una señal de direccion, un poste que señalaba a dónde ir, por donde seguir, aclaraba las dudas... a todos los demás... desde entonces fué más feliz, todos pensaban que ella lo sabia.
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