La prostitución, en los tiempos que corren, ya no es lo que era. Visíble, pública y paradigma social. Dinero, interés y control. Da igual que la explotación sexual sea un negocio abyecto, sin regulación y permanentemente en la senda de la doble moral. 50 millones de euros todos los días en prostitución, 15 millones de varones potenciales clientes de 400.000 prostitutas -o una por cada 38 hombres-. El 6% de la población española es consumidora habitual de prostitución, todo esto según un informe de las Cortes Generales de 2007.
El problema está en que la perversión que rodea al lucrativo mercado del sexo está alentada por los proxenetas y los clientes que, usando las herramientas administrativas, mantienen ese mundo sumergido. Se mantiene un debate estéril que, como el de las drogas, nadie tiene interés en dilucidar. Mientras unos lo esconden debajo de la alfombra, otros vienen proclamando la normalidad de un mundo al que le hace falta mucho por andar y regular. Un mundo controlado, en su mayoría oscuro y que supone la nueva modalidad empresarial española.
La prostitución es sólo un ejemplo de como la esclavitud es un negocio redondo. Tomemos la educación. La naturaleza está programada para que los progenitores -normalmente las madres- enseñen a sus vástagos a salir adelante. La eduación está imbricada en la propia base de la familia, pero también de la sociedad. Las pautas de cohesión, las normas de comportamiento y el conocimiento, patrimonio intrinseco a toda cultura, debe ser transmitido, entrando en juego la formación. También es el oficio más viejo del mundo.
Joven discípulo agrediendo a sospechoso de abuso, responsable de educarle -sin molestar- para poder comer, sujeto a decisiones educativas tomadas por personas excepcionales que no saben nada sobre educación.
Sólo hay que hacer un pequeño repaso a los últimos años para ver que la misma polémica estéril sobre la prostitución o las drogas está presente aquí. ¿Cuántas veces se ha cambiado la ley de educación en España? La semilla de nuestro futuro está sujeta a vaivenes políticos, modas y al propio olvido en el que empeñamos nuestro progreso. Intrusismo, suministro de recursos erráticos -"¿no teníamos para tizas y ahora todos tenemos portátiles? Y, esto, ¿para qué? Yo sólo quería tizas...- y ahora un impuesto revolucionario para llenar las arcas de aquellos que, mediante su obsesión mercantilista, han normalizado el fracaso escolar.
La educación es prostituída, diluída en un montón de conceptos baldíos, en una sobreabundancia de información carente de una arquitectura o plan general para ser asimilada. Es un negocio en el que prima la pasta, no la dignidad. No hay estrategia, sólo un montón de entidades educativas, editoriales, facultades y escuelas obsesionadas con cumplir expedientes, curriculos educaticos, normativas ISO y demás parafernalia burocrática que lo único que consigue es alejar al docente de su labor primordial: enseñar.
El maestro no tiene el control sobre las materias, sobre los alumnos -la educacion es como El Corte Inglés, el cliente siempre tiene la razón-, no tiene autoridad, prestigio ni capacidad de decisión. No tiene futuro, cada vez tiene más temario y menos contenido. Y nadie pregunta su opinión, porque la decisión la toma el proxen... el burócrata de turno de la administración de turno. El maestro sólo pone el cul... su presencia física y su cada día más derrotada ilusión. Y al final, siempre se encuentra sólo frente a unos alumnos cada vez más ajenos al proceso educativo a los que, además, tiene que educar como padre, madre, abuelo y, en ocasiones, sacerdote.
Y es una constante que se ve en todas las modalidades de las artes y oficios. Vicios contraídos a los largo de los años, alentados desde dentro de las profesiones, que convierten el trabajo en un pasatiempo. El trabajo ha dejado de ser un servicio público y de realización personal, como fin en si mismo, para ser un mero trámite hacia la remuneración y el consumo. Los jóvenes no quieren estudiar y numerosos empresarios están deseosos de quitarse empleados de encima, para explotar a los que queden. Total, un buen trabajo está representado por un certificado y unos ingresos. Lo demás da igual. No existe conciencia de clase que dignifique un oficio. El novato sucumbirá bajo las botas de los veteranos, como ellos también sucumbieron. El trabajo es una mercancia más con la que traficar.
No existen conocimientos sustitutivos, los jóvenes de ahora sabemos mucho menos que antes. En una época de conocimiento, tecnología e internet, estamos condenados a una progresiva ignorancia y ceguera. Y da igual que lo neguemos si no luchamos contra ello. Mientras el trabajo pierda su dignidad y su valor, mientras nos hagan creer que es contra nuestra voluntad, que no tenemos derechos y que "así es la vida". Mientras hagamos el trabajo de otros "porque alguien tiene que hacerlo", mientras los oficios estén controlados por mercaderes de esclavos a los que no les preocupa el producto final, sólo los resultados. Mientras los inútiles campen a sus anchas, dando la sensación de que el que no trabaja es el que disfruta.
Los proxenetas ahora llevan corbata y, en Semana Santa, capirote. Como siempre, sólo han extendido el negocio.
Salud & aventura.
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