miércoles, 10 de diciembre de 2008

La lección de Eduardo

Empecé a escribir este blog debido a una especie de candado mental que se rompió de la noche a la mañana. La percepción de que necesitaba transmitir, experimentar, hablar, comunicar determinadas cosas. Desde mi punto de vista.

En el cole había un chaval pardillo, distraído y de mirada ensimismada. Sobre el y su flequillo ondulado -y puntiagudo- recayó la crueldad de nuestras pequeñas mentes criminales. Él no hacía nada más que pasar de nosotros, y nosotros descargábamos en él nuestra violencia infantil, haciendo de la vejación al otro motivo de unión colectiva. Borregos.

Perdimos la pista de aquel chico en 4º de la ESO, pensando todos que no llegaría a nada. ¡Qué equivocados! Nuestro baremo eran las notas y los progresos sociales. El suyo era hacer lo que le gustaba y estar con quién quería. Y en ese aspecto siempre eligió lo mejor, pese a la enfermedad.

En cierto sentido ha sido liberador el saber que este chico no lo pasó especialmente mal. Nos consideraba inmaduros -déjalos, no saben lo que hacen- y el tenía un amplísimo mundo interior. Devorador de libros, aficionado a los juegos de mesa y cartas, cinéfilo y un gran orador. Nada o muy poco de esto sabíamos en el colegio. Fuimos tan insignificantes como una gota en una bañera.

Y no digo como en el mar porque la vida de este chico se truncó el 17 de septiembre de este año. Una leucemia linfoblástica acabó con él después de una larga lucha de dos años y medio. Y al contrario de lo que pensábamos en el colegio, estuvo arropado en todo momento por tres amigos, sus tres amigos -los tres amigos- que no le abandonaron en su lucha.

Los prejuicios de los niños son terribles. Hay estigmas que no desaparecen jamás. Pero Eduardo fue un tipo auténtico, que vivió su vida bien y luchó hasta el final. Gracias a la campaña que surgió debido a su enfermedad -en su última recaída era imprescindible un transplante de médula- se cuadriplicaron en pocos meses las personas inscritas en el registro de donantes de médula. Por ello le dieron recientemente a título póstumo un Galardón Juventud 2008 que recogieron dos de esos amigos, Guillermo Viteri y Marcos de Benito. El tercero es Miguel Galle que se encuentra en Inglaterra.

Estos tres chicos -tienen 24 años- han dado una lección ejemplar de amistad donde Eduardo la dio de lucha. He escrito un pequeño perfil que voy a publicar aquí en pequeñas dosis, para que la gente no se atosigue y lea hasta donde quiera y pueda. Es una historia bonita.

Ah, por cierto. El chico se llamaba Eduardo Domezáin y no lo llegué a conocer pese a compartir curso en el colegio. Tenía mi edad , muchos de mis gustos y disfrutaba como un enano con Terry Pratchett -el hombre con más t's en el apellido que conozco- creador del Mundodisco. El escritor británico hizo público hace un año que sufre una enfermedad degenerativa que posiblemente trunque su carrera antes de tiempo. Siempre se van los mejores.

1 comentario:

Anónimo dijo...

No estoy muy segura de cómo se escribe en esto de los blogs, si tengo que registrarme en algún sitio o algo así, porque creo que nunca había comentado en uno y los ordenadores nunca han sido lo mío, supongo que no pongo interés.

Pero me ha "llegado" leer la historia de Eduardo. He estado ausente, de Pamplona y de muchas otras cosas al mismo tiempo, y a mi vuelta me contaron sólo el final de esta historia, que también es un principio, y me dieron el titular de una muerte sin hablarme de la persona.

Me impactó mucho la noticia, y desde entonces he pensado muchas veces en él, en cómo estaba en clase, en cómo no supimos entenderle, en su mundo interior que ahora me intriga y que me hubiera gustado conocer. Hizo algo con mayúsculas por la gente, cuando muchos no habíamos hecho nada por él. Hizo algo grande sin buscarlo, cuando otros nos perdemos la vida buscando algo que aún no sé.

Me ha gustado leer sobre él, leer algo verdadero sobre él, no sólo un "titular". Igual esto te anima para continuar con tu "ventana al mundo".
Maite