martes, 16 de diciembre de 2008

En una gran superficie de artículos deportivos (II)

En mi lugar de trabajo -ocasional- hay historias recurrentes. La del hombre que te pregunta dónde se encuentran los euroconectores, y ante la negativa se siente despechado con cara de "¿y qué hago yo ahora?"; la de la señora mayor que busca una oferta que ha leído en el periódico y que finalmente resultó ser de otra gran superficie de artículos deportivos -tras hacer a un vendedor ir a un bar cercano a por un diario-; la de la persona que ha encontrado unos esquís a 2,45 €, cuyo valor real es de 500€, y cómo tenemos que explicarle que alguien los había dejado donde los anzuelos de pesca y, que por lo tanto, el sentido común dicta que probablemente ese no fuera su precio. En el momento es desesperante, pero luego al menos, te puedes reír.

Por desgracia, hay historias que ni siquiera te dan ganas de reír a posteriori. Sí amigos y amigas, Busta y sus amigos volvieron y se salieron con la suya. Mi compañera del Universo -estoy hablando en términos laborales- los vió llegar y pulular por delante de los mp3ses. Adevertida por mí, se acercó y les preguntó si querían algo, y ellos amablemente dijeron que no. Como vieron que no les quitaba ojo, mandaron a Busta -ese entrañable y prometedor hijo de puta- a preguntarle a N. -mi compañera- sobre las ventajas y desventajas de las proteínas en su cuerpo de ratero. Ella no le hizo ni caso. Pero habló Dios -o lo que es lo mismo, el megáfono de recepción-.

Cuando recibimos una llamada de recepción, es prioritario obedecer sobre todas las cosas que puedas estar haciendo. Que estás vendiendo un gps de 300€, tienes que dejar colgado al cliente para ir corriendo, que estás con 480968 litros de bebida energética imbebilbe sobre tus brazos, tienes que dejarla suspendida en el aire -nunca jamás dónde estorbe al cliente- e ir raudo. Muchas veces se trata de entrañables ancianitos que quieren que les pongas el podómetro en hora, mamás que quieren que les pongas el reloj en hora a sus hijos o, simplemente, que la chica de recepción se ha equivocado porque: "los cuentakilómetros son de ciclismo, perdona". Por eso N. tuvo que abandonar su posición vigilante durante unos segundos, los suficientes para que desapareciera una caja.

Mi compañera, más atenta que yo, se percató y llamó a la de seguridad -no era el elemento disuasorio MC, sino el menos intimidatorio S.- y buscaron a los niños. Los encerraron en la sala de pausa y buscaron la caja del mp3 vacía, que estaba otra vez en probadores. Llamaron a los padres y a la policía foral, convencidas -seguridad y mi compañera- de que esta vez los habían cazado. N. les dijo que no quería volver a verles por la tienda, a lo que uno contestó amenazante -fijo que Busta- "pues volveré con mi hermano". ¿No son una pocholada?

Tras registrarlos no dieron con el mp3. Según N., tienen un tamaño lo suficientemente pequeño -los mp3- como para introducirlos en cavidades difíciles de registrar en un niño en los tiempos que corren -vamos, en los calzoncillos, aunque ella se refería al culo-. A mi me parecen niños muy formales que no mezclan trabajo con placer. Se fueron con sus "papis", sin denuncia y con la advertencia formal de que no se les quiere volver a ver por la tienda. Les dará igual, tienen mp3ses de sobra.

Yo supongo que los padres estarán indignados con la tienda. Espero con fervor que les prohíban a sus vástagos volver, aunque ya da igual. El otro día yo afirmaba que eran unos hijos de puta, al menos el pequeño Busta. El sábado pasado fueron sus padres los que salieron de la tienda pensando que nosotros somos los hijos de puta. Acusar a sus nenes, jóvenes, indefensos. Cosas veredes amigos Sancho.

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