miércoles, 24 de febrero de 2010

Cicatrices


Dijo un sabio judío, hace alrededor de 2.000 años, que el que esté libre de pecado debe ser el encargado de tirar la primera piedra contra los pecadores. Observando a mi alrededor, las andanadas de chinitas, piedras y pedruscos que se arrojan cada día desde todos los lados no hacen más que refrendar esta afirmación. Los únicos que parecen no lanzar piedras son los justos, enterrados bajo toneladas de piedras debido a los terremotos, huracanes, abusos e indiferencia internacional.

Ese mismo sabio judío dijo que, ante una agresión, lo más sensato era ofrecer la otra mejilla. Ahora, 2.000 años después, resulta que eso es de pusilánimes, débiles de carácter y cobardes serviles. Nadie se acuerda de la valentía y sabiduría estoica, de la victoria pacífica de Gandhi sobre un imperio y de la más dañina de las pasiones humanas, la venganza. El orgullo de los valientes se ve ahogado bajo kilolitros de sangre, derramada inútilmente para satisfacer la sed infinita de ese monstruo que es el revanchismo.
El hombre parece tener más dificultades para cerrar las cicatrices del alma que las que dejan las espadas. Dicen que el músculo de la pasión es el corazón, pero es el cerebro el que la acaba dirigiendo, organizando y dándole un sentido. La memoria y el pasado acechan siempre para cobrarse sus víctimas, porque no hay peor olvido que el que más tarde o más temprano es recordado. Las acciones pasadas nunca acaban de desaparecer, al igual que los recuerdos felices. Todo queda recogido en algún sitio, tan vivo como carente de existencia.

Hay balas que matan corazones, aunque fueran disparadas hace 40 años. Hay enfermedades que se padecen en cuerpos sanos y hay palabras que golpean insistentemente los corazones aunque jamás vuelvan a ser pronunciadas. Aunque la historia oficial que sabemos sea únicamente la que nos contaron los que vencieron, aunque en nuestro corazón anide el perdón más sincero. Aunque comprendamos la voluntad de cambio, las acciones permanecen en ese limbo de la memoria.

El cuerpo humano siempre es más inteligente. Cuando miramos nuestras cicatrices recordamos el momento de la herida, la causa y el motivo, el dolor que generó y sus consecuencias. Es salud y admonición. Pasado, presente y futuro. Gracias a la cicatriz podemos seguir andando hacia delante con la lección aprendida. No es de extrañar que en los tiempos que vivimos, borremos de nuestro cuerpo las cicatrices mientras aventamos los fuegos de la memoria.
Las personas llevan peor una cicatriz en el rostro que la mala conciencia de dañar al prójimo. La penitencia y redención no son más que poses estéticas ante la incapacidad de aceptar las consecuencias de las acciones humanas. Cuando alguien está rodeado de nieve virgen y quiere andar, tendrá que pisarla. El dilema está en cómo hacerlo. Sin consideración y a patadas, teniendo en cuenta que va a acabar pisada y todo el mundo lo hace, o en andar con paso firme siendo consciente del camino que se ha tomado.

Yo me equivoco, como todo el mundo. El perdón de los demás no es suficiente, pero sí es un combustible. Pero no basta con eso. Necesito las cicatrices, necesito saber que están ahí como lecciones. Y necesito saber mirar hacia delante y seguir andando, a pesar de que los adalides de la rectitud y pureza no hagan más que lanzar sus piedras sobre mi pasado para lastrar mi camino.
Una crisis no es más que una herida. ¿Sabremos aprender la lección y seguir hacia delante? Yo lo intento con la convicción de que, tarde o temprano, lo lograré.

Bienvenidos de nuevo.

Salud & aventura.

PD: Las fotos son mías, salvo la última que es de Izanik. No me apetecía poner fotos de cicatrices... al menos hoy.




3 comentarios:

Senior dijo...

¡Bienvenido...!

Arnau dijo...

¿La nieve? Hay gente que para no pisarla, la esquía.

Bienhallado.

izanik dijo...

Excelente post, y excelentes fotografías. Todo el mundo se equivoca, antihéroe.

Un abrazo, a ver cuándo nos vemos