miércoles, 2 de mayo de 2012

Ecos


“Dos cosas llenan el ánimo de admiración y respeto, siempre nuevos y crecientes, cuanto con más frecuencia y aplicación se ocupa de ellos la reflexión: el cielo estrellado sobre mí y la ley moral en mí”
(Immanuel Kant, 1724-1804)
La luz de las estrellas retumban en el cielo reproduciendo el eco de lo que pasó hace miles de años, incluso más, en el universo. Vivimos el recuerdo de algo que pasó hace miles de años, incluso más. No en vano la luz del sol tarda un poco más de 8 minutos en llegar a la tierra y lo vemos aquí cerquita. Lo sentimos con su caricia. Que me perdonen los sabios, pero el astrónomo no deja de ser un arqueológo del espacio. Siempre buscando en el pasado las claves necesarias para entender el presente.

El respeto que provoca mirar el brillo fosilizado de las estrellas lejanas nos demuestra nuestra insignificancia. Es muy difícil hacerse a la idea de lo que realmente significan las dimensiones del universo. Por eso sólo somos conscientes de su infinita belleza y fuerza, que nos sobrepasa e inspira. Es un gran regalo el poder levantar la mirada al cielo y sobrecogerse.

Al igual que la luz de las estrellas, aboslutamente todo deja su impronta alrededor. Desde las ondas de sonido hasta las acciones de los hombres. Intentar escapar a ese hecho es absurdo e inútil. Al tomar una decisión consciente te conviertes en un sujeto moral, y por tanto, responsable. El animal está sujeto al instinto, nosotros podemos trascender -ir más allá- de nuestra propia naturaleza. 

La experiencia del deber moral es tan increíble como el cielo estrellado, en eso tiene sin duda razón Kant. Si de algo somos dueños, aparte de nuestra vida, es de nuestros actos. Vivimos en una sociedad donde todo nos viene dado, incluso lo que debemos hacer o no. Sin embargo, si dejamos nuestra responsabilidad moral en manos de juristas y políticos, estamos apañados. No sólo hemos cedido nuestra soberanía, también cualquier opción al cambio. 

No dejo de leer y escuchar como la humanidad galopa hacia el abismo. Y el abismo no es una guerra atómica o un futuro apocalíptico. No. El abismo al que nos asomamos es el de la pérdida de nuestra humanidad y la razón de nuestra propia existencia. Se trata de mucho más que un "ellos o nosotros". Se trata de que nos estamos privando de la capacidad de decidir nuestro destino.

Hemos cambiado el determinismo biológico por el social. Aunque sepamos que algo es incorrecto seguimos adelante esperando que tarde o temprano algo o alguien arregle las cosas. Condenamos nuestra libertad a la espera de un milagro. La resignación es el veneno que se filtra en todas las conciencias. Incluso la de los ricos. Cuando un hombre subordina la vida de las personas a los beneficios empresariales y lo entiende como algo natural e inevitable está resignado. Tan impotente y débil como cualquiera de nosotros.

Debemos retomar el control de nuestros actos. Debemos exigirnos y exigir que antes de las leyes y las constituciones, el hombre sea responsable de sus actos, sin delegar en cortes de justicia ni tribunales. Ser humano es mucho más que consumir, producir y reproducir. Ser humano es decidir, comprender y transformar. 

Hemos forjado un mundo a imagen y semejanza del hombre y la mujer que hemos decidido ser, pero en ningún sitio está escrito que no podamos volverlo a hacer. Dotarnos de una humanidad solidaria, sostenible y en la que prime el ser humano. ¿Qué fin tienen las leyes que rigen nuestro mundo? El que le queramos dar, llana y sencillamente.

Kant era un tipo listo. No sólo era lo suficientemente inteligente para darse cuenta de la grandeza de nuestra capacidad de obrar con resoponsabilidad, sino que además entendió las consecuencias. El hombre, la mujer, son el fin de nuestra acción porque no existe ninguna criatura como él o ella. La democracia, los mercados, la política o el dinero son medios a su disposición, nunca objetivos de la acción humana. Lo contrario sería denigrar nuestrar propia dignidad.

Podemos cambiar el mundo porque nosotros lo dotamos de sentido. Si renunciamos, renunciamos a nosotros mismos. Sé que parece imposible, sin embargo se trata de empezar por una simple toma de conciencia.  Despertar del sueño en el que estamos y ser conscientes de lo que supone estar juntos y lo que puede suponer estar aislados. Lo que suponen los logros del último siglo, como la democracia, y lo que supone su desmantelamiento. Quizá, frente a la desesperanza, haya llegado el momento de ir un paso más allá en lo que significa ser humano. Lo que significa ser moralmente responsable de lo que nos pasa.

Sé que hay mucha gente que piensa que no somos más que monos sometidos a las leyes de la selva en el que sólo sobrevive el más fuerte. Que la libertad y la razón no son más que un par de pulgares más situados en alguna parte del cerebro. Y lamentablemente ese argumento resulta más convincente que todo lo que llevo escrito. Sin embargo el mono que escribe esto es capaz de no acabar con el débil, sino sentir una responsabilidad por él. Sé, además, que no soy el único, así que supongo que podrán decir que soy una anomalía. Que no iré a ninguna parte y que soy insignificante.

Yo lo llamo evolución.

Salud & aventura

1 comentario:

Senior dijo...

Verás, yo "Sé, además, que no soy el único, así que supongo que podrán decir que soy una anomalía. Que no iré a ninguna parte y que soy insignificante."... pero no, si somos dos, ¡fíjate lo que ocurre si chocan dos atomos de hidrógeno!...puede que seamos más y entonces... tenemos una eternidad por delante, u ocho minutos más o menos, pero creo que no somos una anomalia.
Así se inició un camino.