Dentro de las múltiples cosas de las que soy un ignorante está la Historia. Antes me avergonzaba, ahora me parece una gran virtud. La incultura, la ignorancia y el olvido son los únicos sedantes que ayudan a continuar cada día para aquellos que sufren sus cíclicos errores. Saber la verdad no nos hace libres, simplemente ahonda nuestro dolor y nos deja en la boca un ácido sabor a bilis.
Para mi desgracia no soy inmune a los hechos y hoy me he encontrado buceando en las causas que llevaron a la I Guerra Mundial o la Gran Guerra. Un conflicto que nació de la ambición política y la ignorancia de la naturaleza humana. Sólo así se explica que Europa, que avanzaba decidida hacia un futuro de progreso y desarrollo gracias a la II Revolución Industrial, se sumiera en una pesadilla que dejó 10.000.000 de muertos, 20.000.000 de inválidos y mutilados y que afectó a otros 65.000.000 de personas.
Hace menos de 100 años Europa, la vieja y rancia Europa, la civilizada y culta Europa, inventó el horror y sembró las semillas de mayores horrores que estarían por venir. Nadie preguntó a los ciudadanos de los países involucrados qué querían o necesitaban. Progreso, hegemonía, competitividad o expansión territorial, daba igual. Entonces, igual que ahora, guiaron a millones de personas hacia el matadero convenciéndoles de que era lo mejor, lo que su país necesitaba. Nadie les avisó de las consecuencias. Viendo lo que pasó después, tampoco fue como si eso importara a sus líderes.
¿Podemos imaginarnos qué sería de Europa si el desarrollo de aquellos años se hubiese dirigido a la unión y no a la guerra? ¿Qué sería de los Estados Unidos? ¿Qué sería del mundo? Por supuesto que no, los emperadores, zares y políticos de entonces pensaron que sería una guerra rápida y que por supuesto derrotarían a sus enemigos por su superioridad. Se plantearon incluso que igual no hacia falta llegar a las armas. La guerra sólo debía ser un trámite más de sus estrategias de gobierno.
10.000.000 de personas. La televisión nos tiene muy mal acostumbrados sobre los relatos bélicos, donde el protagonista hace muchas cosas antes de morir. Pero si calculamos una cifra de 95.000.000 de personas afectadas, mutiladas o muertas en una acción gubernamental planificada con bastante tiempo, es muy probable que pensemos en una generación marcada por el terror. Vidas cosechadas sin hacer ruido. Sin banda sonora. Sin momentos épicos. Sólo un duro, frío y cruel dolor.
El tratado de Versalles fue una reacción natural a lo acontecido. Los culpables de la guerra buscaron un chivo expiatorio y se cebaron con la beligerante Alemania, que menos de 50 años antes había humillado a toda Francia coronando a Guillermo I en aquellos mismos salones donde se firmaba ahora una paz leonina. Su hijo fue declarado culpable de todas las desgracias de la guerra y se decretó su persecución legal, aunque la reina Guillermina I de los Países Bajos nunca lo extraditara. El vivió en un castillo, su nación se sumió en la depresión anímica y económica. Su población humillada y rota.
Las consecuencias de todo aquello se dejaron ver menos de dos décadas después. Alemania, rota por dentro y por fuera para expiar los pecados de los grandes líderes mundiales, subía su apuesta por el terror y la rabia ciega. Las consecuencias de aquello aún sacuden de vez en cuando Palestina y alteraron definitivamente la forma de hacer las cosas en el mundo. Me temo que no siempre para bien, pese a todas las buenas intenciones que representa la ONU y etcéteras.
Hablar del pasado no tiene sentido, realmente no lo tiene cuando se mantienen los oídos cerrados. El sueño de la Unión Europea se resquebraja jugando con las cartas a favor. ¿Dónde hay más cultura? ¿Dónde hay un estado social igual? ¿Dónde hay mayores errores de los que aprender? Europa no ha progresado y ha estado incubando sus demonios para acabar siendo consumida por ellos. Endeble, impotente y fraticida, igual que siempre.
Para nuestra desgracia la culpa la vuelven a tener los mismos actores, y no hablo de Francia o Alemania. Hablo de dirigentes cegados por la ambición, por la inercia de los sistemas que han acabado controlándoles y que han olvidado lo que pasó hace menos de un siglo. Europa ha sacrificado su utopía no sabe muy bien a quién, porque otra vez se ha olvidado de las personas. Ya lo dice el FMI: "amigos, esto de las sociedades no es sostenible con personas".
Y no sólo en Europa. En España hemos sido los alumnos más aventajados de la ceguera y la estupidez humana. Seguimos metidos en el mismo hoyo de siempre sometidos al miedo a pensar libremente. Encerrados en un pesimismo y fatalismo genético que mantiene al amo ignorante y al criado sometido. ¿No sería más útil que ambos miraran hacia arriba para ver la luz de la salida? Antes se matan que dejar al otro salir primero, antes se matan que encontrar juntos una solución.
Cuando miramos a nuestros líderes, cuando merecen ese nombre, deben guiarnos hacia la luz, no hacia al barranco. Y si lo hacen, algo estamos haciendo mal. Otra vez están pagando los de siempre sus errores. Como entonces son otros, millones, los que deben interiorizar sus desmanes. Son otra ofrenda más, otro sacrificio necesario, que les lave sus errores. Y como entonces, saldrán sin mácula de este mundo de ciegos, mientras que nostros, y no lo digo en broma, asumiremos con creces nuestra parte de culpa.
La larga agonía a la que nos van a someter puede que no tenga fin. Los que afirman que los mercados, los políticos o los especialistas saben sacarnos de esta la llevan clara. En 1914 nadie podía imaginar el significado de lo que por entonces era una nueva forma de hacer la guerra. ¿Por qué ahora lo van a saber? ¿Por qué ahora, después de que fallen todas sus previsiones, van a saber sacarnos de esta? Son iguales que los zares, los emperadores y los políticos de entonces. Aquellos dejaron 10.000.000 de personas sin su futuro más inmediato, que es la vida. Y las que vendrían después. Ahora sus víctimas padencen la losa de la deuda insostenible y autoinflingida. Yo me habré quejado por encima de mis posibilidades, pero ellos, igual que entonces, son los verdaderos culpables.
10.000.000 de muertos. Ahora, igual que entonces, son unos asesinos.
Salud, aventura y memoria.
2 comentarios:
Me reconforta aprender algo cada día, gracias. Pero además, acabo de leer algo que viene al pelo:
“En España lo mejor es el pueblo. Siempre ha sido lo mismo.
En los trances duros, los señoritos invocan a la patria y la venden;
El pueblo no la nombra siquiera, pero la compra con su sangre.”
Antonio Machado, profesor de instituto.
Y para permanecer, no para terminar, una reflexión, una pregunta que iré haciendo al mundo, siempre que pueda: ¿qué nos interesa apasionadamente a ti y a mí?....
Estoy de acuerdo. Yo añadiría que la adoración por el líder es algo irracional y muy antiguo. Está en nuestros genes. Es sencillo idealizar al que tiene poder. Siempre se ha hecho. Es algo tan viejo como la creencia en los dioses.
Podemos buscar una razón evolutiva, como es la necesidad de que el clan haga caso al jefe para poder organizarse y funcionar. Sin embargo, está claro que esta cualidad que compartimos con tantos animales es muy peligrosa. Somos la única especie que es capaz de analizar el pasado y de sacar conclusiones. Pero, maldita sea, no somos tan inteligentes como podríamos pensar.
¿Porqué, el ciudadano medio, tiene que asumir que las intenciones del Rey de España son buenas? ¿Y las del FMI? Sin embargo, cuando el ciudadano medio se cruza con un joven "perroflauta" por la calle, le mira de reojo y desconfía.
Tenemos que luchar contra nuestra tendencia natural de crear ídolos. Y el único medio es la educación y la cultura. La democracia no debería consistir en idealizar a un dirigente y en ponerse una venda en los ojos. En mi opinión, hasta que no demos ese salto cualitativo, estamos bien jodidos. Un abrazo.
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