lunes, 2 de marzo de 2009

Los perros no recuerdan el franquismo

No es Mayor Oreja, es un Carlino -o Pug-. Como Flint -pero negrito-. Vía retrieverman.wordpress.com
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Hoy, sobre la superficie terrestre de esta gloriosa Españaza, no queda ni un solo can que conozca la dictadura autoritaria y de corte fascista de Francisco Franco. Ninguno de estos simpáticos animales de compañía tendrá en su memoria perruna lo que fue aquello. Yo, gracias a Odín, no guardo recuerdos de aquellos tiempos. Juventud, divino tesoro. No así para muchos otros, que sufrieron la represión, la imposición y el terror. Y parafraseando a cierto sector de la política española contemporánea: el que diga lo contrario es un miserable.
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Lo cierto es que los recuerdos de un perro acerca de aquellos años no puede ser un retrato muy constructivo. Es probable que para muchos de ellos el franquismo fuese un tiempo extraordinariamente apacible. Y como buenos perros, nunca mordieron la mano de quien les daba de comer. Los que no corrieron la misma suerte, huyeron o esperaron agazapados, arredrados por el pensamiento único y las jaurías feroces de liberticidas. Plácidos liberticidas.
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Mi familia no fue represaliada por el franquismo. A mi bisabuelo se lo cepillaron los rojos en las Checas de Madrid por católico, y mi abuelo materno estuvo cerca por idénticos motivos. Pero eso no quita para que ahora clame las indudables ventajas del régimen. Orden, prosperidad, unidad... para unos pocos. Los que se pusieron las orejeras y siguieron trabajando, formando su espíritu nacional más por hastío que por exaltación patriótica. El que decidiera mirar hacia un lado, reconocer el expolio y caciquismo, era reprendido. Y lo que es peor, era marcado. En una sociedad tan manifiestamente clientelista, era lo peor que podía pasarte.
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En 1978 había todavía algunos perros con la vivencia reciente de la dictadura del caudillo, muerto hacía ya tres años. Posiblemente, mientras se forjaba la constitución de mínimos que sanó todas las heridas, los vestigios que quedaban en sus memorias serían nebulosos. El atraso, la pobreza, las cartillas de racionamiento, los registros a media noche, las desapariciones, los abusos... todo quedaría lejos. La imagen de los Alcántara, la de un anciano entrañable en la Plaza de Oriente, la tele, las turistas suecas, sería el panorama predominante. La burocratización de la represión también, con modos oficiales de putear a los que no comulgaran -nunca mejor dicho- con Francisco. Aunque quizá algún perro recordaría la huelga general de dos años antes.
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El 3 marzo de 1976, a las cinco de la tarde, en la Iglesia de San Francisco de Vitoria, había una asamblea multitudinaria de obreros que, viendo la posibilidad de un cambio de régimen, debatían acerca de cómo enfocar su lucha por un trabajo más digno. Tan sólo eso, ya que con las cosas del comer no se juega. Otras reclamaciones podían esperar.
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Debido a que la placidez no excluía la prohibición del derecho a reunión y huelga -sobre todo de los obreros, sucios alborotadores-, aún tras la muerte de Paco Franco, se ejecutó por parte de las Fuerzas Pacificadoras un desalojo “ordenado” de la parroquia. Tras gasear la nave de la Iglesia -desoyendo al párroco que apelaba al concordato-, la masa de obreros salió tratando de huir del gas, formando un monumental tapón. Buscaban aire limpio.
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Ante esta avalancha, y según fuentes oficiales, las fuerzas se vieron obligadas a hacer uso de sus armas de fuego reglamentarias. El balance del desalojo "ordenado" fue de dos obreros asesinados directamente en el lugar de los hechos, cuatro heridos muy graves, de los cuales tres morirían, más de sesenta heridos graves, la mitad con heridas de bala, y cientos de heridos leves.
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No hubo castigo para nadie por aquellos hechos. No se depuraron responsabilidades. La "terrible" Ley de Memoria Histórica ha sido la única que les ha dado el reconocimiento de víctimas de la dictadura franquista. Por lo demás nunca hubo culpables. Sería un "accidente", como lo son los asesinatos para los aberzales radicales. Un desgraciado accidente.
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Pero como decía, ya no queda vivo ningún perrillo que recuerde aquellos hechos. Ni tampoco como la transición dejó una sociedad dividida entre vencedores y vencidos, pero en un nuevo entorno en el que dirimir sus escaramuzas: la democracia. El menos malo de todos los sistemas posibles para una sociedad madura. Como las manzanas que se caen del árbol.
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Ayer se celebraron las elecciones vascas y gallegas -ya contraprograman hasta la democracia-. En Galicia ganó Núñez Feijoo, sucesor en el PP gallego de Don Manuel Fraga Iribarne. El mismo Fraga Iribarne que, como Ministro de la Gobernación, era el último responsable de la matanza de Vitoria. Hablo de ese político moderado, ministro franquista y fundador de Alianza Popular -posteriormente PP-, cuyo mayor mérito actualmente es seguir mamando de la teta del Estado pese a sus 86 años. Recordemos que es el último político en activo que ha vivido república, dictadura, transición, democracia y lo que venga. Convirtió Galiza en su cortijo durante 16 años, y ésta aún le rinde pleitesía.
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En Vitoria la división que generó el franquismo -rechazo, rencor, odio, miedo- sigue en pie de guerra. Los vascos son escrutados por el mismísimo ojo de Saurón cada vez que van al retrete. Los intereses de nacionalistas -vascos y españoles-, radicales, empresarios y demás, tejen una tupida telaraña para que las cosas no sucedan con normalidad. Nadie sabe qué es lo mejor para los vascos, creo que ni siquiera los mismos vascos. Aunque yo creo que dejar el gobierno en las manos de quienes han hecho de la irresponsabilidad política su estandarte, sería un lamentable error.
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Flint, el perro de mi antiheroína favorita, es un Carlino cascarrabias y juguetón. Su mayor disfrute es ver la tele en el regazo de la abuela, dormitando o con su hueso. No creo que le interese que lo que pasó hace 33 años pueda influir en lo que pasó ayer. Para él, 33 años, son muchísimos. Dos vidas o tres. Y mientras pienso en él me doy cuenta de que en ocasiones la memoria es tan corta como la vida de los chuchos.
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Los perros no recuerdan el franquismo. Nosotros sí, y ahora vemos las consecuencias.
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Salud & aventura

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy bueno, nunca pense que no quedan canes que recuerden la época franquista... me ha venido a la memoria un momento vital, un niño preguntando a otro niño - ¿crees que a ti te daran una beca?- y respuesta rápida - No- ... ante la cara de sorpresa, la explicacion:- mi padre es de la "cáscara amarga"-... un rato espues al preguntar a su madre ¿que era eso de la "cascara amarga"? la respuesta fué- son cosas de mayores-... casi vivi una vida entera de perro, siete años, para enterarme del misterio... el padre de mi amigo, fué algo rojo...(si hubiera sido mucho, mi amigo seria huérfano)... no recuerdo si siguió estudiando le perdí de vista... ¿o tengo memoria de pez?...

Anónimo dijo...

Distintos perros, los mismos collares.

Gran post.