jueves, 12 de febrero de 2009

12 de febrero de 2009

Esta mañana me disponía a comentar la actualidad nacional, dispuesta a superar los límites de la realidad. En el programa de Juan Ramón Lucas de Radio Nacional me dieron el título del post: La crisis, la foto y la montería. Pero hoy era 12 de febrero de 2009, y no es día de hablar de tonterías políticas ni disputas de poder. Ni quiero ni puedo.
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Hoy ha muerto un chaval de 23 años. Tras una larga pelea con el cáncer su vida se ha extinguido a primera hora de la mañana. Ya sólo por eso es terrible e injusto. Por eso no caeré en tópicos. No diré que era una buena persona. Que nunca hizo ningún mal a nadie. Que tuvo muy mala suerte, pero nunca se rindió. Aunque sea la verdad. No.
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Diré que cuando llegué a mi nuevo colegio con 8 años él y su familia me invitaron a su cumpleaños, sin conocerme. Siempre recordaré que su padre nos invitó a jugar a una recreativa, a la que intenté volver muchas veces... sin suerte, porque habían cambiado el juego. También que nunca tuvo malas palabras contra mí, y eso que siempre he sido un bocazas.
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Diré que pocos años después murió su padre de un ataque al corazón fulminante. En el mío tengo la imagen y la sensación que me causó su cara a la salida del funeral. Sólo era un crío. Recuerdo que le abracé y bajamos las escaleras, él con su cabeza apoyada en mi hombro, llorando. Después desaparecí, cuando todos los demás se acercaron. Yo también quería llorar.
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Diré que tiempo después me quedé colgado por una disputa con amigos o amigas, no lo recuerdo. Sólo recuerdo que él me echó el guante. También que durante el bachillerato hicimos juntos "letras" y hablábamos de todo. De chicas, de la poca salida de las letras, del mundo. Y que estuvimos juntos en la habitación de París, en el viaje de fin de curso. Estaban también su mejor amigo, que lo debe estar pasando bastante mal, y otro chico -que ahora es un gran periodista-. La última noche me peleé con el futuro periodista y él tuvo palabras de paz. Pese a aquello, siguió sin pensar mal de mí.
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Después del primer año de carrera nuestros caminos se distanciaron. Por culpa de una discusión con amigos -soy un broncas- dejamos de frecuentar la misma gente, los mismos sitios. Para los que lo veíamos desde fuera, sentimos que se estaba apagando. Pero por entonces era una sensación. Luego se hizo realidad.
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Justo en el último año de carrera unas migrañas le llevaron al hospital. Era un cáncer. Le dieron meses de vida. Debido a mi cobardía no le fuí a visitar al hospital. Al final esperó casi dos años a ver si le visitaba. Jamás tuve la valentía suficiente. Todo lo contrarió que él, que siguió haciendo su vida normal. Intentó hacer inglés. Salía de casa con sus amigos e incluso le pude ver una noche en SanFermín. Hinchado, cansado y un poco perdido. Pero era él.
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Me lo encontré unas pocas veces, y hablé con él por el messenger alguna que otra vez. Siempre me decía: "Will, no sabes lo bueno que es la rutina. Te levantas, y sabes qué vas a hacer". Él sólo quería saber que tenía algo que hacer todavía.
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Hasta el último momento han estado sus amigos con él. Y su madre, a la que sólo le queda su padre con alzheimer -murió en noviembre (edito)-. A perro flaco todo son pulgas. La casualidad es cruel, y es que esta mujer, que se portó tan bien con su hijo y sus amigos, se llama Nekane. Dolores en vasco. Si con alguien está hoy mi corazón, es con ella.
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Hoy a muerto Borja. Y me da demasiada pena para hablar de tonterías. Por eso el blog se tiñe de blanco, porque espero que esté donde esté no tenga que llevar esas zapatillas tan tochas que le mantenían de pie. Que no tenga que llevar un drenaje del cerebro a su vejiga ni una mochila que le aplique su medicación a cada rato. Porque espero que esté bien y quiero que sepa que fue un valiente. Que le quiero y que por todo lo dicho le doy las gracias.
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Salud & aventura, Borja. Adiós.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Puto cancer, que se lleva lo mejor de nuestras vidas.

Anónimo dijo...

Adios Borja, seguiras jugando con tu padre allá donde estéis, gracias por haber sido así, ...

Anónimo dijo...

Ayer me lo dijo mi madre al llegar a casa. Me quedé helado. Las últimas veces que lo había visto, desde mi perspectiva bastante ignorante visto el resultado, creía que estaba mejorando. Ya no llevaba muletas y la cara tenía otro color muy distinto al de hace meses. Pero así es esto, parece que mejoras y nada.

He estado muchas veces con su madre y reconozco que sólo cuando le ví algo mejor, me atreví a preguntarle algo, porque me imaginaba que tendría ganas de contar que todo iba mejor.

Aún habiendo compartido edificio durante, prácticamente toda la vida, apenas hemos hablado, pero me duele que alguien tan joven, con tantas esperanzas y sueños por cumplir se vaya.

Se perfectamente por lo que están pasando sus amigos, porque yo perdí un buen amigo hace dos años, a punto de cumplir los 23. Es duro, muy duro. No estamos, ni tenemos por que estar preparados para estar cosas, ¡la muertes es cosa de viejos joder!

Ayer no tuve valor de ir al tanatorio, porque tampoco creo que pintase mucho por allí. Me imagino que la próxima vez que suba en el ascensor con su madre o con su tía tampoco tendré valor de decir nada, sólo espero ser capaz de poder transmitir, aunque sea con un abrazo, el sentimiento de apoyo que ahora es lo que más necesitan.